El rumano Grigori Lup desarrolló sus zapatos gigantes, empezó como una broma y se hizo famoso.

En marzo, un fabricante de calzado de medida en la ciudad de Cluj, en región rumana de Transilvania, tuvo que suspender a sus diez trabajadores después cuando se frenaron bruscamente los pedidos. Pero la desesperación, junto un golpe de humor, dieron lugar a su creación de los ridículos zapatos para “el distanciamiento social”.

Los teatros, óperas y grupos de baile populares que constituían el fuerte de la clientela de Grigori Lup (55 años). Pero la pandemia obligó a interrumpir estas actividades debido a la prohibición de actos públicos decretada por las autoridades. “Vi que no entraba nadie a mi negocio y me dije, basta, tengo que cerrar”, cuenta el empresario.

Con el correr de los días vio que nadie respetaba la distancia social y pensó: “voy a hacer tres pares de estos zapatos especiales, los pondré por internet y, para llamar la atención, los llamaré zapatos de distanciamiento social”, explicó Lup, que reconoce que al principio fue todo “una especie de broma”.

Y así empezó a hacer estos zapatos gigantes, como los de payasos, que garantizan a quien los lleva que nadie se acerque más de lo necesario. Como todos los que produce en su taller, estos zapatos de apariencia estrafalaria están hechos a mano y son de cuero.

Los zapatos son de un número normal en la parte de atrás, en la que el usuario calza su pie. Lo extravagante es la parte de la punta, cuando terminan los dedos, porque empieza una larga punta rellena de un material liviano. Es un zapato que equivaldría a un número 75.

“Si dos personas que llevaran mis zapatos se pusieran, una enfrente a la otra, habría una separación entre ellas de cerca de un metro y medio”, explica Lup. Cada par de “zapatos de distanciamiento social” los vende a unos € 100.

Grigore Lup, frente a su taller en la ciudad de Cluj, Rumania.

Aunque al principio fue fundamentalmente una broma, la difusión de su creación en periódicos y la televisión de Rumanía, le reportado a Lup recibir diversos encargos procedentes de Rumania, Inglaterra y Canadá y otros países.

Algunos de sus clientes le han dicho que piensan llevarlos por la calle, mientras que otros los utilizarán en espectáculos de humor. “Me llamó una mujer desde Inglaterra y me dijo que quería unas botas de distanciamiento social. Le enseñé estas botas y le pregunté: ¿son para una obra de teatro? Y me dijo que no, que su marido le había dicho que quería ir por la calle con ellas”.

Reinventarse ante las crisis y los cambios sociales no es algo nuevo para el artesano. Después del cambio del sistema que se produjo en Rumania a partir de 1989, Grigori Lup pasó del sector público al sector privado y comenzó a hacer zapatos para una empresa fundada por uno de sus jefes.

En 2001 fue la transformación del modelo de producción de esa empresa la que lo decidió a establecerse por su cuenta. Su jefe había renunciado la fabricación completo de los zapatos al llegar a un acuerdo con una empresa italiana a la que le hacía parte del proceso, que ellos terminaban en su fábrica.

“A mí me gustaba hacer el trabajo como yo sabía, de manera manual, así que decidí abrir mi propio taller”, explicó el zapatero. Y de esta forma fundó AXA Magnolia.

Comenzó con zapatos de cuero para niños. Pero esta apuesta inicial no funcionó y al poco tiempo de abrir su negocio comenzó a hacer zapatos para adultos. Al igual que ahora, el zapatero demostró tener reflejos durante la crisis de 2008, cuando perdió buena parte de sus ventas y cambió de clientes para salir a flote con uno de los pocos agentes económicos que no habían perdido el poder de compra: el Estado.

Cuenta que años después, “había una mujer en Cluj que hacía calzado tradicional para danzas populares y acababa de jubilarse”. Entonces la llamó por teléfono para preguntarle si él podía hacer un encargo para un artista. Fue así como Lup comenzó a hacer zapatos para grupos de baile tradicionales. Éstos generalmente son financiados por ayuntamientos e instituciones públicas regionales, siguiendo una tradición arraigada en la época socialista.

De ahí pasó poco después a los teatros y la ópera, primero en Cluj y después en toda Rumanía y en el extranjero. Todo esto hasta que la pandemia volvió a poner a prueba su creatividad y su empuje, y sus “zapatos de distanciamiento social” lo hicieron famoso en el mundo.

“En todas las crisis financieras he logrado seguir haciendo zapatos. Hago zapatos desde los 16 años, es lo que mejor sé hacer”, cuenta.
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